Las chicas: La teoría de la banquita

noviembre 03, 2008

Hace tiempo, existían dos matrimonios muy amigos. Ellas casi hermanas, ellos compañeros de aventuras y parrandas. Como en toda relación, ellos defendían a capa y espada su TIEMPO y su ESPACIO, pero consideremos que les estoy hablando de los 70´s. Total que estos carajos se salían con la suya en muchas de las ocasiones en que se largaban de parranda. Sus esposas tenían reacciones diversas. Algunas veces una de ellas le haría chilaquiles de desayunar por aquello de que su demandante trabajo le dejaba poco espacio para relajarse, la otra armaba sus panchos y a veces se le escondía en casa de alguna amiga para que cuando él llegara de la parranda se infartara por no encontrarla. Esta amistad dio pie a innumerables historias, relaciones, y teorías. Una de ellas es la teoría de la banquita. En una de sus escapadas, el susodicho número dos llegó a su casa a horas nada prudentes y con olores nada deseables, así que no pudiendo inventar excusas de trabajo y al verse acorralado por la furia de su mujer (que seguramente amenazaba con cortarle salva sea la parte), recurrió a la siguiente historia: Ok, ok. La esposa tenía razón. Él venía de un lugar lleno de chicas malas que son muy buenas, peeeero…. La realidad era que él no quería ir. El compañero de parrandas (o esposo número uno) era quien había insistido, y como él era tan buen amigo lo había acompañado, peeero… él no había entrado, se había quedado en una banquita afuera esperando a su amigo. Y con esta historia, libró el pellejo, por lo menos hasta la próxima vez. Cuando escuché esta historia de boca de una de las esposas, me reí muchísimo pensando que el ser humano es capaz de creer una mentira por el profundo deseo de que sea una verdad.
Ahora pasemos a la teoría de la banquita número dos (o el regreso de la banquita con una venganza). Este fin de semana Mr. Bolas y yo estábamos disfrutando de un sábado en casa y haciendo planes para salir a bailar. El teléfono de Bolas empezó a sonar y la llamada era de su chamba. Resulta que entre los clientes de Mr. Bolas existe un muy bien conocido pelódromo y era este cliente en particular el que tenía problemas. Se le había dejado un producto que no había sido liquidado y Bolas tenía que ir a cobrar o a recuperar el producto. Así que muy molesto por la situación se fue hacia tan decoroso lugar. Para las 10:30 pm me llamaba enojadísimo diciendo que todavía no lo resolvía y que estaba del carajo el frío. Yo veía una serie que me encanta así que no me inmutaba en lo más mínimo. Para las 11:30 llegó la segunda llamada. La cosa parecía imposible de resolver ya que el dueño del pelódromo no estaba y el administrador tampoco, así que él seguía parado afuera (seguramente sentado en la banquita grabando con un cuchillo “yo estuve aquí” al lado de otras tantos escritos similares que hay en esas banquitas) muriéndose de frío. Yo me dormí. A las 3:15 am llegó Mr. Bolas y me contó la historia de la banquita parte dos. Él había estado afuera (sentado en la misma banquita en la que aquél marido se sentó hace años) del famosísimo MANHATAN (pensé que ya a estas alturas podía decir el nombre con todas sus letras) esperando a que llegara alguien que pudiera pagarle. Por supuesto nadie llegaba así que llamó a sus piojosos para que recogieran el producto y se lo llevaran. El dueño llegó cuando habían terminado de cargar y el camión ya se había ido. Mr. Bolas sostuvo una acalorada discusión con el dueño y este le pagó la lana que debía, así que había que traer el camión de regreso. El dueño apenadísimo por la situación le invitó una botella a Bolas (y seguramente algún lap dance) pero él dijo que no podía regresar a liquidar el crédito en su chamba con aliento alcohólico, así que declinó la oferta. Cuando los piojosos se enteraron hicieron su pancho porque ellos habían cargado las cajas de producto y no eran recompensados, así que Mr. Bolas con su buen corazón les dijo que después de que dejaran el dinero podían regresar. Al final, los piojosos se entretuvieron demás en la bodega y Bolas los dejó ahí y regresó a casa conmigo. Cuando terminó de contarme toda la historia yo me reía muchísimo, me parecía que por absurdo que sonara tenía credibilidad, así que por supuesto le creí (a su favor tengo que decir que no olía ni a alcohol ni a mala mujer). Pero al pensar en que yo contaría la historia (porque ¡Vamos! eso es lo que hago), tuve que recurrir a la teoría de la banquita para introducir mi bizarra historia de fin de semana, y ok ok, para sentirme acompañada por el fantasma de la esposa que hace tiempo fue la primera en dar por cierta la teoría y que seguramente, gracias a eso, esa noche se sintió feliz. Ahora me pregunto ¿Que hay de malo en mentirte un poco si lo que obtienes a cambio es una de esas noches que valen la pena recordar?

Sianna

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh, Dios! Creo que no quiero saber a què se dedica el Bolas ò què vende para que sea consumido en un lugar asi...