Las chicas: El Aquelarre

noviembre 24, 2008

El poder del aquelarre femenino es bien conocido desde tiempos ancestrales. Las mujeres nos hemos reunido para todo tipo de cosas. Para pasar consejos de curación. A resolver situaciones familiares. A danzar a la luz de la luna (y hoy en día a la luz de los antros). Para hacer brujería, vengarnos de alguien que nos dañó, o ayudar a parir a alguna desventurada (claro que hace miles de años porque hoy en día lo más que hacemos es hacer la llamada de cortesía al hospital en donde la susodicha parió). Nos reunimos en las despedidas de soltera, en los baby showers, en los cafés, en los baños de cualquier restaurante, etc, etc. El punto es que nos reunimos con el aquelarre cada vez que necesitamos fuerza, valor, consuelo, zapes, chismes, o simplemente por la risa que genera la compañía.

Mi aquelarre está compuesto de la gama más amplia de seres que existen. Está mi gurú emocional con la que me reúno por teléfono, por chat, por mail, por favor y porque sí. Esta particular bruja vive a cientos de kilómetros de mi hermosa ciudad, pero está más cerca de mí que nadie a quien pueda llamar vecina. Están mi tía que no es tía y mi madre (que hasta donde sé sí es mi madre). Empezamos por los cafés y terminamos en las cubas. Nos sentamos en la barra de la cocina y analizamos el mundo entero. Hablamos de nosotras y los particulares de nuestras vidas, hablamos de sexo, de besos, de rapidines, de posiciones, de diferencias entre mentalidades femeninas y masculinas. Y reímos hasta llorar, y lloramos hasta reír.

Esta mi bruja “1940”, ella es la bruja leal. La que siempre aparece cuando más la necesitas. La que se quita todo porque tú podrías necesitarlo. La que llama a medias mañana sólo para saber si mi crisis semanal se ha acabado. La que me hace reír y luego me hace pensar.

Está la bruja “ñaca ñaca su caldero” que me enseña de la vida, la energía, el sexo y el tantra, que me cuenta su vida y le echa un ojo a la mía. Y que toma el curso de “How to be a witch for dummys” y se gradúa trayendo en sus manos el diploma y la varita.

Y hay más. Con la que me topo en el baño del café y tiene los pantalones a media nalga y me dice que le da miedo estar sola en ese baño (así que aún siendo desconocidas la acompaño en la abrochada del pantalón). La que me atiende en el OXXO cada mañana y prepara el brebaje que me sostiene todo el día. Las que viven lejos y las que no tanto. Las que caminan y las que vuelan. Las beatas y las putas. Las que experimentan esta condición femenina. Con las que nos comparamos y a veces perdemos. Con las que competimos por quién tiene al más trabajador, o al más guapo, a al más malo, o al que mejor da piruetas en la cama. A las que criticamos. A las que son madres y a las que son hermanas. Y en cada encuentro sabemos que sí compartimos un secreto, que sí somos cortadas por la misma tijera, que sí vemos “Sex and the city” y nos reímos porque Oh Dios!!! ¿Así o más ventaneadas en la serie? Que reímos cuando queremos llorar y que unos días al mes podemos inventar la historia más descabellada (como que en realidad sólo me quieres por mi cuerpo y shala lá) sólo para justificar el estado de ánimo en el que nos encontramos. Que tenemos miedos: al compromiso, a no estar comprometidas, a los hijos porque no podemos tenerlos o porque los tenemos y que tal que no vamos a poder, a que al deshojar una margarita el último pétalos sea el de no me quiere. A que el hombre que amamos con tanta fuerza no nos ame igual. A que el trabajo sea lo que queremos pero no nos de lo suficiente para vivir, o a que estemos vendiendo nuestros sueños haciendo algo que no nos hace vibrar. A no estar a la altura para lo que sea que tenemos que ser altas. Y más que nada, a equivocarnos tan garrafalmente que no haya vuelta atrás.

Compartimos un género, compartimos un secreto, compartimos un lugar en el espacio y aún así no somos capaces de bajar la guardia y sonreírle con calidez a la mujer que tenemos enfrente, porque, seamos honestas, a veces ni a la del espejo podemos aceptar. Así que ¿que tal si por un momento, si quieren en un descuido, nos encontramos en la calle y sin que nadie más lo vea, reconocemos a la mujer que es y que soy y nos damos paz?

Sianna

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