Barbie apesta a licor

marzo 18, 2009

No sé si es una antipatía natural o inquina acendrada por su mundo tan vacío y frívolo. Tal vez, porque pienso que ella es una oportunista de lo peor, una zorra que esconde sus cascos ligeros bajo medias de seda y zapatos de tacón. Su mundo es tan exacto que siempre usa la ropa, los accesorios y el equipo adecuado para cada ocasión. Si va a la playa lleva el bikini perfecto, sus piernas largas y bien torneadas, lentes para el sol, sombrilla multicolor, toalla afelpada y la hielera con la coctelería más exótica. Si va de compras el traje sastre elegante y a la vez, casual –permítanme que me tire al suelo de la risa con esta palabra-. Si asiste a una fiesta se cala el vestido de princesa, collar de perlas, la diadema con brillantes recogiendo el pelo largo, sedoso y cepillado. Es dueña de un guardarropa verdaderamente extenso. A veces, también va al campo, entonces, usa pantalones vaqueros deshilachados con unas caderas que te pones a aplaudir, sombrero de paja, prismáticos, mantel a cuadros rojos y canasta con la vajilla campera. No la soporto. La coquetería y la seducción son sus consignas. Es tan “cool” –nuevamente me río un rato largo- que odio a la muñeca Barbie y tan bien al chulo de su pareja el tal Kent.
Ahora, por su aniversario número cincuenta, la abuela que todo adolescente quisiera tener –no sé si capten mi morbosa ironía-, este símbolo de la belleza universal –vuelvan a captar el doble filo- fue motivo de una gran celebración en una lujosa residencia en Malibú cerca de Los Ángeles. Para que le cantaran el feliz cumpleaños por sus cinco décadas apareció mejor que nunca, nada de volverse rechoncha y fofa por el azote implacable del calendario. Ahí, la recibieron con una gran alfombra rosa y toda la decoración en el color emblemático que distingue a la sensual y famosa siliconeada, lo digo sin mala leche y de manera literal. A la fiesta invitaron a más de trescientas personas y había dos pequeñas salas donde se iban recibiendo a las personalidades convocadas. La casa era un auténtico museo. Había un espejo enmarcado con sesenta y cinco muñecas en traje de baño reproducción de las primeras que salieron al mercado el 9 de Marzo de 1959. Como pasarela de teibol mostraron todas las versiones: la militar, la enfermera, la muñeca original de hace cinco décadas junto con la nueva puesta a la venta por Mattel la semana pasada. En el dormitorio había maquillaje con la marca de la nena y una agenda con la tarea pendiente de “llamar a Kent”. También, los recetarios para hacer pasteles en una cocina que desembocaba hacia una enorme piscina. Pero las excentricidades no acaban ahí. Hubo un desfile de modas a cuenta de grandes diseñadores que decidieron homenajear a la famosa muñeca vistiendo a sus modelos con el look de Barbie. El desfile se abrió con una preciosidad de carne y hueso en traje de baño, seguida de un poni rubio –en este mundo no se puede decir bayo- harto insufrible. Los que firmaron la ropa eran Tommy Hilfiger, Calvin Klein y Vera Wang.
Termino de enterarme de tanta fastuosidad y me doy cuenta que las mujeres de color oscuro, de menos de uno setenta de estatura, con llanta de refacción integrada a la cintura y rasgos que no sean anglosajones, no tienen derecho a la felicidad. Alguien que no sea como la muñeca y su novio, amante, o lo que sea el tipejo ese, ni puede ser moderno, ni aceptado, ni nada. Por supuesto, todos los habitantes de San Bernardino Tlalancaleca están automáticamente descalificados. Para ahogarse de la risa una adaptación de andar más aquí abajo, probando el sabroso mundo de las luces y las sombras, el de la alegría y el dolor, el orden y el desorden, la riqueza y la pobreza. Entonces, tal vez, aparecerían modelos como “Barbie apesta a licor”. La publicidad impresa en la envoltura sería de lujo: Versión borracha en el antro. Viene despeinada, con el escote abierto y el rímel corrido. Incluye botella de tequila para que brindes con ella. O qué tal, “Barbie secuestradora”. Incluye pistola, petición de rescate y solicitud de extradición del gobierno francés. Por cierto, me detengo y evoco a la primera dama de la Galia, un pedazo de mujer llamada Carla Bruni, esa obra suprema del domingo bíblico sí que es una Barbie no de Mattel, sino de ensueño.


J.A. Luna