Los momentos que sí y "los otros"

febrero 18, 2009

Cuando una relación inicia creemos que “it´s all about love”. En varios libros científicos existen explicaciones de cómo lo que llamamos enamoramiento no es más que un desorden químico que sucede en nuestro cerebro. Que la hormona “fulana” se libera y la “mengana” desaparece y es así como podemos caminar entre nubes y suspirar con todas las canciones de amor (que seguramente han sido escritas con la influencia de las hormonas “fulanas y menganas”) que existen en todos los idiomas (nadie se salva de la química cerebral ni siquiera los que viven en Timbuktu). Y que es necesario que pasen entre 3 y 12 meses para que este proceso hormonal se estabilice y realmente se pueda saber si hay material para que esa relación funcione.

¿Qué es lo que construye y, en su momento, destruye una relación? Los momentos. Cada suceso fantástico que vives, que te permite tener esperanza, que te lleva a anhelar que por fin la búsqueda terminó. Que no hay que seguir “afuera” tratando de localizar a “the one”. Que desafiaste todas las leyes escritas y no escritas, a los cínicos que dicen que el amor no existe, aún a los inconclusos cuentos de hadas, y que TÚ (sí, este pequeño ser incompleto, defectuoso, nada principesco) ha logrado estar en el top ten de las relaciones. Y lo ves, y lo respiras, y lo amas con tanta fuerza que crees que vas a romperte por tratar de contener este enorme sentimiento. Y ves las diferencias, pero las ignoras lo más que puedes. Escuchas a las chicas (diciendo como ese tipo de plano no combina contigo), y decides que es que no saben lo que realmente pasa en tu relación por que eres bastante boca floja y no puedes dejar de chillotearles un poco cuando te enojas con el ser maravilloso.

Entonces crecemos las similitudes para cubrir las diferencias. Hasta acomodamos nuestra identidad para que “cheque” con el otro. Cambiamos gustos musicales (o por si suena mejor, nos abrimos a un mundo más amplio de experiencias), recorremos y nos relacionamos con lugares y gente a los que jamás iríamos, si no fuera porque a él le gustan. Hell!!! Hasta aprendemos a cocinar, planchar, lavar, ver novelas y demás actitudes que no eran parte de nosotros.

Caminamos junto/ debajo/ detrás/ delante/ y hasta encima de nuestra pareja, con tal de extender esos momentos lo más que se pueda.

Y luego, ahhhhhhhhhh, luego empiezan “los otros”, los que destruyen la relación. Cuando el ser interno quiere salir del lugar dónde lo zambutimos. Cuando quieres llevar tu relación a un 50-50. Cuando te levantas en la mañana y sabes que no estás satisfecho con lo que has construido. Que seguramente que lo amas, pero ¿y lo demás? ¿El compartir de lo tuyo? ¿La compañía a lo que es importante? ¿Hacer tierra en tu mundo juntos? Y la fatal/ terrible/ inescrupulosa/ y francamente grosera palabra: el compromiso. Eso no está. La relación caducó. Simplemente no funciona. No queremos lo mismo.

Y ahí ¿cómo? ¿Enfrentarnos con nosotros mismos y decirnos la verdad? Duele. ¿Pensarlo? Duele. ¿Considerar opciones? Neblina, las opciones están borrosas. ¿Renunciar a esto que durante un periodo largo de tiempo nos hizo sentir tan bien? ¿Volver a empezar? Naaaaaaaa.

Entonces los libros, las canciones, las terapias, cualquier cosa que caiga en tus manos es buena si puede llevarte a encontrar cómo no terminar. Desde las explicaciones freudianas de que si tu padre y tu madre, hasta las de la reencarnación que justifican que en las vidas pasadas fueron pareja y ¡Por favor! Que en las siguientes puedan volver a encontrase. Todo con tal de no dejarlo ir.

Pero ¿y después? ¿Cuando agotas todas esas alternativas? ¿Cuando hiciste todas las recetas (desde untarte caca de mono en la cabeza hasta bailar a la luz de la luna) y aún así no funciona?

Entonces se rompe. Te sientas una noche frente a tu computadora y escribes todas las disertaciones filosóficas que se te ocurren, esperando que por lo menos de este dolor tan profundo salga el mejor artículo de la historia. Te sientas y escribes para no regresar a esa cama, dónde él duerme, dónde acabas de decir: creo que tendríamos que separarnos por un tiempo. Y dónde escuchaste: Ok.

Te sientas y sacas todas las lágrimas convertidas en palabras que se enlazan y suenan bien. Y escribes esperando que la mañana llegue pronto. Que la rutina del día no te permita pensar en que finalmente, el mundo no se equivocaba y que no había ni de donde agarrarte para construir la historia más grande jamás contada.

Te sientas y sale… Y después sólo regresa en marejadas fuertes y constantes.

¿El mejor artículo? Patrañas.
Sianna

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